En columnas pasadas hablé del trabajo que desarrolla el enólogo colombiano Mauricio Camacho en Villa de Leyva, y me pasé de injusto con la trabajo de otro adelantado en el mundo de los vinos, Pablo Toro. Él fue un ser humano muy exclusivo, un soñador, un perfeccionista, algun que siempre ponía su sello particular a cualquier faena que emprendiera.
Cuando este adelantado se adentró en el mundo de los vinos, descubrió un reino que lo apasionó y lo enamoró. Por eso, desde el principio se asesoró y trató de ubicar los mejores terrenos, así como las variedades que se podrían adaptar a nuestra geografía. Hace 20 años este individuo destinó 15 hectáreas en Villa de Leyva y le puso a su viñedo un nombre bastante sugestivo: Ain Karim, que traduce fuente del viñedo. Un nombre que terminó siendo premonitorio, pues este año, desde el cielo, don Pablo pudo ver cómo su quimera inicial se convirtió en una realidad y obtuvo una medalla de plata en el importante concurso internacional de vinos y licores Vinus, organizado en Mendoza (Argentina).
Ver todo ese terreno produciendo logra en el corazón del aficionado al vino un gran orgullo de patria, pero para llegar hasta aquí el camino no fue sencillo. Hubo algunos tropiezos, pero Pablo Toro, siempre estuvo al frente de cada detalle de su viñedo. Él seleccionó las variedades de uvas Cabernet Sauvignon y Sauvignon Blanc, traídas de Francia, y Chardonnay del Valle de Napa (esta la trajo cuando estudió enología en California), se dedicó a todas y cada una de las labores del viñedo, escogió sus máquinas con tecnología italiana y recorrió diversos lugares para traer al país lo mejor.
Hoy Ain Karim es una realidad con frutos cada vez más afianzados por su calidad y por ese sabor de patria que nos evoca. Asistir a este remanso de paz ubicado a 10 minutos de Villa de Leyva, es vivir toda la experiencia de estar en un viñedo, que empieza con un pequeño recorrido por los campos que dan origen a esos vinos del trópico, luego, con un paseo por su planta de producción y una agradable degustación, que nos abre las puertas para sentarnos y apreciar ese paisaje vinícola. Esta es una experiencia que todos deberíamos vivir y, sobre todo, contemplar con esos muy ricos Sauvignon Blanc premiados.
Después de 20 años, a más de 2.000 metros de altura en un país tropical, con uvas francesas y americanas, con tecnología italiana, con un enólogo colombiano y con trabajadores del campo que prefieren el vino a la cerveza, se logró solidificar esta aventura que arrancó contra todo pronóstico. Por eso, gracias don Pablo por regalarnos su pasión, su trabajo y toda su dedicación. Esperamos que reciba este pequeño tributo y que ilumine a los suyos para que nos sigan brindando sus esfuerzos y que cada día más nos sintamos orgullosos de usted y de nuestro vino.
La historia de Pedro Toro y su viñedo Aim Karim